Manuel González Muñoz
UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA
CENTRO ASOCIADO DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA. 2013
Cuando recibí la invitación para impartir la Lección Inaugural del Curso Académico 2013-14 del Centro Asociado de la UNED de Las Palmas de Gran Canaria, me vino en mente mi brevísimo paso por la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona en el curso 1984-85. Abandoné en primero; aunque yo era muy joven, ya tenía, quizás demasiado para mi edad, carácter formado de escultor como para que la enseñanza reglada, me enganchara; mi ansiedad, y ambición de esculturas desbordaba el tempo de los estudios. Cuando me retiré de allí, pensé que cerraba definitivamente mi opción académica y la posibilidad docente… pero, aquí estoy, pronto a corresponder al honor que se me hace con esta invitación, y a cumplir con mi compromiso como miembro de la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel de difundir el Arte allá hasta donde alcancemos. Pero tan honrado me siento, como, un tanto descolocado, pues de esta Universidad soy actualmente alumno de la Facultad de Filosofía, y como alumno, me veo dando esta lección inaugural a quienes podrían ser mis profesores o tutores. En cualquier caso, estoy aquí por lo que estoy, por escultor, y es de escultura de lo que me siento autorizado a hablarles, y a ello me dispongo.
He titulado mi intervención “Claves para un acercamiento a la escultura”; claves que no pretendo que alcancen grado de norma, sino una posibilidad de cómo acceder, sentir y experimentar una obra de arte. La escultura, que es mi campo específico de trabajo, aunque bien se podría extender a cualquier manifestación artística, será la guía en cuanto a ejemplos con los que vaya exponiendo mi planteamiento. Una propuesta no basada en un catálogo de pasos a seguir, en descripciones, datos técnicos y documentales de las obras en sí, sino basada en la disposición del sujeto-espectador respecto a la obra de arte.
Observarán que a lo largo de mi disertación, la experiencia estética será el eje desde el que articulo todos mis razonamientos. Como decía anteriormente, no daré descripciones al uso. Será la experiencia estética la que oriente, y hacia la que se dirige mi discurso. Sobre ella versó mi discurso de ingreso en la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel, y sin extenderme ahora en ello, sí quisiera dejar establecido que para mi, lo importante del Arte es la experiencia estética; es por ella por lo que se actúa como artista; es para ella por la que uno se dispone como espectador. La experiencia estética es la conciencia vívida de una estimulación, ya sensitiva, emocional o intelectual, o todo a la vez, propiciada, en el caso que nos atañe, por una obra de arte, y que pasa a formar parte de nuestras vivencias, nuestro acervo, aquel con el que nos acercamos al mundo, a través del cual lo comprendemos y nos comprendemos a nosotros mismos en él. Cómo sentimos el arte y cómo lo proyectamos, también explica cómo y quienes somos. La experiencia estética es una vía hacia el conocimiento. Una vía complementaria a las ciencias y los saberes, que nos dispone hacia el mundo desde lo sensible.
Pero son muchas las dudas respecto a las artes plásticas contemporáneas en su conjunto, desde su funcionalidad hasta su honestidad; muchos expertos aseveran que el arte contemporáneo no tiene más valor que como moda y especulación. La distancia del lenguaje artístico actual respecto de aquel de otro tiempo; la dificultad de reconocer en lo contemporáneo algo de uno, ha llevado al aspaventoso decreto de la muerte del arte por parte de los nostálgicos del pasado. Pero otros afirman que el arte es hoy más arte de lo que nunca antes fue. Dice la profesora Angela Vettese en su libro Ma questo é un cuadro?: “Nunca como hoy, y gracias a la libertad de expresión, de difícil equiparación a otros ámbitos del hacer humano, las artes están en disposición de indicar la recolocación del hombre en el mundo. Estamos ampliando el alcance de nuestros sentidos, y, apoyados en la revolución científica, llegando a aquello que en otro tiempo era misterioso, desconocido”, lo que posibilita un agrandamiento de los modos de expresión, los lenguajes y las formas de estar en el mundo.
Para alcanzar una disposición más abierta propongo matizar la terminología más común con la que habitualmente referimos los hechos artísticos. Términos usados como generalidades, que más que definir, encasillan y condicionan a priori la apertura a la experiencia estética. Términos usados popularmente con una correlación inadecuada con los fenómenos artísticos, sobre todo con los del arte contemporáneo. Entendiendo que el lenguaje posibilita el pensamiento (no se da éste sin el lenguaje, ya sea palabra o imagen) sería conveniente precisar, no restringiendo, al contrario, agrandando al menos, los términos (conexión entre palabra y concepto) más comunes, para que nuestro modo de pensar respecto al arte sea más flexible, más versátil, y nos permita experiencias más ricas, en la suposición de que el lenguaje se subordina a los fenómenos, y no los fenómenos al lenguaje. Los términos que nos interesan para comprender mejor nuestra visión de la escultura son:
Clásico
Por clásico, generalmente se entiende arte antiguo, y no es sólo eso. Un “clásico” es de una época anterior, pero de vigencia atemporal, referentes de la excelencia. Es un arte que provoca experiencia estética plena sin depender ya de su contexto histórico. El arte greco-romano, el Arte Clásico, no con ánimo hermenéutico o erudito, sino aquel que se experimenta y vive en plenitud contemporánea.
Dionisos (Partenón), s. V aC. Fideas.
Pero también obras de periodos recientes alcanzan grado de “clásico” al superar los contextos y circunstancias temporales en que fueron creados y que le dieron inicialmente sentido, y convertirse en referentes contemporáneos atemporales. Dice el Profesor Salvatore Settis en su texto Futuro del clássico; “Toda época para encontrar identidad y fuerza, ha inventado una idea distinta de clásico. Así, el clásico refiere no sólo el pasado, sino el presente y una visión del futuro. Para dar forma al mundo de mañana es necesario repensar nuestras múltiples raíces.” El concepto clásico, de algún modo trae consigo cierto anhelo de idealidad; encumbra del pasado aquello que, cribado por el tiempo, es de rescatar; espera del presente lo que celebra del pasado; y proyecta el futuro con lo que construye en el presente. Conclusión: fuerza, vigencia, da igual la época.
Formas únicas de continuidad en el espacio (1913)
Umberto Boccioni
Clasicismo
Por clasicista también se denomina popularmente, e inadecuadamente, la obra antigua o clásica. Este término se refiere exclusivamente a norma, cánones, reglas, donde la libertad de composición y ejecución está limitada por los patrones de cada momento “académico”, aquellos que deben ser acatados para que una obra sea considerada como válida, y que normalmente las enfrían tanto, que las convierten en irreprochables ejecuciones técnicas, ajenas a toda emoción.
Apolo Belvedere, arte greco-romano
Pero en verdad son excelentes periodos de aprendizaje, donde se conocen los rudimentos de cada lenguaje; especialmente se refiere al academicismo de segunda mitad de XVIII, pero no es el único. En la contemporaneidad, paradójicamente, también aparecen academicismos; modas y estereotipadas formas de hacer, terminan por imponer cánones que, aún no reconocidos como tal, resultan tan académicos como los del XVIII. Se podría colegir de este comentario, que no estoy a favor del academicismo (…como para ser miembro de una academia), pero ya dije que son excelentes periodos de aprendizaje. En cualquier caso de lo que estoy a favor es de la plena libertad del autor y de la del espectador en pos de la experiencia estética más satisfactoria para cada uno.
Teseo y el Minotauro, Canova s. XVIII
Figuración
Figurativo, habla de la experiencia estética con referente en el mundo real. En verdad, para mi, casi todo arte es figurativo, en tanto que pocos son los que consiguen ver allá donde no-es-mundo de referencias para los sentidos, con los que percibimos la realidad.
Venus de Willendorf, paleolítico 20.000 a.C.
Apenas identifiquemos la relación que liga la expresión artística con el hecho o fenómeno del mundo real, yo hablo de figuración. Dentro del que cae la síntesis, reinterpretación de formas, por muy libre que sea,
Guerrero Goslar, Henry Moore s. XX
y, obviamente, la mímesis; ésta última, la voluntad de reproducir tal cual se da el referente en el mundo, casi con ánimo forense, es más un alarde de dominio técnico (algo que ya se le supone a su autor, como al matemático el manejo de los números) que expresión creativa.
Abstracción
Abstracto: donde la representación de lo tangible, como de lo intangible, propone formas o elementos sin correspondencia directa, o reconocible, con lo dado en el mundo.
Óvalo con puntas, Henry Moore, s.XX
El abstracto nos propone experiencias abstractas, liberadas de la servidumbre de lo real. Es el gran hallazgo de la modernidad; es la experiencia del hombre más allá de su limitación al mundo dado, proponiendo otra realidad.
Early one morning, Anthony Caro. S. XX
Modernidad
Moderno es lo novedoso y auténtico. Obras realizadas hace cinco siglos siguen siendo absolutamente modernas; mantienen intacta su cualidad de novedoso y autenticidad. En la obra moderna el mayor valor es la vigencia, y eso no depende del momento en que se realizó, sino del momento en que se recibe. Tantas obras que siguiendo modas, emulando o copiando modos de hacer o corrientes de obras contemporáneas, están faltas de autenticidad, pues los postulados libertarios de los que se pretenden efecto, sólo son seguimiento gregario de modas, casi un arte “pret a porté” que pierden vigencia por temporadas y fracasan en su autenticidad, siendo antiguas antes de presentarse al público. Sin embargo, aún me recuerdo impresionado ante la modernidad de la Magdalena Penitente de Donatello.
Magdalena Penitente, Donatello, s. XV
Arte
Finalmente, el mismísimo término Arte, que comúnmente se utiliza para denominar la obra, el objeto en sí, separado, y yo, en función de la experiencia estética, lo extiendo a todo el fenómeno Arte; del que distingo claramente cuatro momentos. Primero: el antecedente; es decir, el autor y su experiencia de vida. En segundo lugar: la obra en sí; el objeto o manifestación artística. El tercero: el espectador; su experiencia estética. Y, por último: la socialización y sinergias que el hecho artístico, su experiencia estética, provoca en la sociedad
Voy a extenderme en esto, porque aquí se explica mi modo de acercarme a la escultura.
El Arte es un todo que implica mucho más que una realización humana, tangible o no, como hecho separado, una pintura, un texto, una música. Como nos moveremos en el ámbito de la escultura será más fácil distinguir de qué hablo, ya que se parte de un algo separado-matérico, a priori no dependiente de los sentidos del espectador para “ser en sí mismo”, dada su naturaleza objetual; tridimensional la mayor de las veces, aunque actualmente también se entiende como realizaciones escultóricas obras que no alcanzan la tridimensionalidad, o, aunque paradójicamente, la superan, al menos como objetos aprensibles: el caso de las instalaciones.
Distinguía cuatro momentos, todos en igualdad de importancia, en cuanto a análisis. Después, según cada momento, el rol que en el fenómeno Arte se ejerza, pues… cada cual privilegiará un momento sobre otro.
Primer momento
El antecedente, el autor y su experiencia del mundo; sus vivencias, inquietudes, pasiones, reflexiones, formación, estudios; su fisiología y psicología; sus circunstancias y entorno; en fin, su a priori, su yo, y su desarrollo y evolución como persona. Todos somos un yo separado, que reconoce su identidad en tanto existe la alteridad, lo otro; el yo-autor y el mundo que le rodea. Pondré un ejemplo, el más grande escultor, Miguel Ángel Buonarroti, que bien puede esclarecer qué precede a una obra dada; qué se da antes, para que una obra sea como es, la cual, nosotros público, recibimos como algo concluso, cerrado y aislado, pero es efecto de una causa, su autor y sus circunstancias. Son cuatro las piedades que realizó a lo largo de su vida; cada una es una declaración en cada uno de sus momentos, y todas juntas, su autor, Miguel Ángel Buonarroti: La Pietá de San Pedro, la Pietá Palestrina, la Pietá del Duomo, y finalmente, la Pietá Rondanini.
Miguel Ángel transita su vida entre dos pasiones-anhelos contradictorios (Miguel Ángel era persona muy intensa), la tensión entre la atracción de lo físico, la belleza y fuerza, y vocación por lo espiritual, al borde de la mística, reflejo del ambiente que vivió en la Florencia de su juventud: la platónica-paganizante y hedonista corte de Lorenzo il Magnifico, que exaltaba la belleza física como reflejo de la grandeza espiritual; y la severa y casta República espiritualista que relevó a la corte medicea, inspirada en las soflamas incendiarias y ascetas de Girolamo Savonarola. Miguel Ángel se entregó a la belleza física y al espiritualismo, en franca batalla; con el tiempo vencería este último (algo muy común en el género humano, quizá más por razones fisiológicas que de orden espiritual).
1.- La Pietá de San Pedro, realizada antes de cumplir los 25 años: belleza física; morbidez; ternura; armonía; pietismo sensual; alarde técnico. En esa época es un joven apasionado, ardoroso por la sensualidad, arrogante como escultor, y ya sufridor de los desencuentros del amor a la belleza y la aspiración a la pureza, tal cual se vivía en su época, y se ha vivido casi siempre en el mundo cristiano… que, dicho sea de paso, no alcanzo a entender tal retorcimiento moral: el de instruirnos en el desencuentro, y no en la complementariedad de ambos potenciales… Pero eso es otro asunto.
2.- La Pietá Palestrina, obra absolutamente moderna, realizada se supone, pues esta obra es la única que al no figurar en catalogación de la época genera dudas sobre su autoría, (pero yo diría que por motivos documentalistas, porque es indudable la autoría, sólo él trabajaba así; sólo Miguel Ángel era capaz de esa obra), pues se supone que es obra de muy madurez, entre los 60 y 70 años. En ésta ya no hay culto a la belleza física, ni sensualismo, ni exhibición técnica; hay principalmente fuerza, compromiso moral, transcrito en la contundencia con la que expresa la gravedad (literalmente peso) del sacrificio del redentor. Obra resultado del ahondamiento intelectual de su autor, enriquecido por la relación que años atrás mantuvo con el círculo de Vittoria Colonna, más cerca de los postulados reformistas que de la ortodoxia católica. El grupo fue disuelto y algunos mal parados, pero Miguel Ángel siguió su camino hacia la gloria más absoluta, y hacia su introspección intelectual y moral.
3.- La Pietá del Duomo, obra realizada entorno a los 75 años. Ya no hay exaltación de la belleza, siquiera de lo físico, de la fuerza, sólo compasión; cuánta piedad, representándose a sí mismo, como Nicodemo, viejo encapuchado, que se entrega a sostener al cristo muerto en sacrificio; algo que se reprocha no haber sido su verdadera ocupación, pensamiento, así manifiesto en su poética:
“Las fábulas del mundo me han quitado
el tiempo dado para contemplar a Dios,
[…]
Redúceme el camino que sube al cielo,
Señor mío amado, que también a esa parte
para subir me es necesaria tu ayuda.”
4.- La Pietá Rondanini, la cual trabajó hasta pocos días antes de su muerte, a los 89 años, es una pieza inacabada, reelaborada, en la que se puede ver como modifica la figura de un primer cristo más corpulento, del que aún resta el brazo derecho, para secarlo en pura espiritualidad. Es su último momento, su testamento estético; Miguel Ángel abandonada absolutamente la fisicidad, la belleza y cualquier rastro de platonismo. Es pura descarnación, puro espiritualismo; sólo le resta desaparecer físicamente en la esperanza de la comunión con lo divino; también de su poética última:
“Cierto de la muerte, no aún de la hora,
la vida es breve y poco me resta;
grata a los sentidos, pero no morada
del alma, que me ruega muera”.
Estas cuatro obras, mismo motivo iconográfico, Cristo muerto y sostenido, expresan para nosotros espectadores la evolución personal de su autor, pero antes son el efecto de una causa, son el resultado de la vida de su autor, son la proyección escultórica de la experiencia vital de Miguel Ángel Buonarroti… y créanme, yo que las he estudiado, las he dibujado, este conocimiento que les acabo de exponer, hace que la experiencia y el acercamiento a la obra, a las esculturas, sea aún más intenso, más vívido, más profundo, y recorra cada perfil, cada curva, me encumbre en sus cimas de luz y me adentre en cada profundidad de su materia con reverencia.
Segundo Momento
La obra en sí, el objeto separado. Para este punto voy a plantearles dos obras, dos clásicos: El Laoconte, y la Fuente de Marcel Duchamp. En ningún caso pretendo dar una descripción o ficha técnica de las obras, sino insistir en la experiencia estética, como fundamento del Arte.
Laoconte, s.II a.C.
El Laoconte, obra del s.II a.c., es patrón de escultores: tensión; drama; pathos; narración; modelado; tratamiento anatómico; retrato. Con la caída del Imperio Romano, el abandono y ostracismo en que la ciudad cayó en la Alta Edad Media, la escultura se perdió, y durante siglos estuvo enterrada. Fue recuperada durante unos movimientos de tierras en una finca romana en 1506; sus rescatadores la identificaron inmediatamente como la obra referida por Plinio el Viejo; en ese momento, aquello que sólo fue, durante su periodo de sepultamiento, un mármol enterrado, sólo una piedra,; volvió a ser una escultura, una obra de arte. Quiero decir con esto, que no hay obra de arte si no hay espectador,; por tanto, es en el espectador, en la persona donde radica el verdadero valor. Una escultura, en tanto que objeto separado, solo es material transformado, sólo eso; sin un espectador que sepa apreciar, leer, acercarse a ella, sólo es material transformado. La escultura no es el Arte, sólo es el objeto; le es imprescindible el sujeto, y éste es el que dará sentido a la creatividad, a la técnica, ejecución y al concepto de la obra. Por tanto, el Arte no está allí, está aquí, en cada uno de nosotros.
La Fuente de Macel Duchamp: la historia de este ya clásico del XX no deja de ser una paradoja. En 1917 se programa una exposición, “el Salón de los Independientes”, dirigida por la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, con unas normas, que eran no-normas, ni jurado, ni premio; cualquiera que abonase 5 dólares anuales a la Sociedad, y pagara 1 dólar por la inscripción, podría participar. En la directiva de la Sociedad habían anarquistas y dadaístas, y tratándose de los más comprometidos defensores de la libertad, era de esperar no hubieran limitaciones. Pero el provocador Marcel Duchamp puso en evidencia a los anarquistas, al recibir la organización un orinal ordinario, industrial, como pieza firmada por un tal R. Mutt, seudónimo que adoptó Duchamp para la prueba a la que expuso a aquellos supuestos libérrimos. La obra no llegó a exponerse; no lo permitieron; pero ello no impidió que esta “obra-gesto” se convirtiera en una de las más influyentes del XX. La libertad es un valor irrenunciable que ha propiciado la excelencia y singularidad del arte del XX y el contemporáneo, pero por sí sola, no garantiza el arte; es más, puede ser la trampa por la que, autoengañados, muchos autores hagan realizaciones que cualquiera puede hacer, convirtiendo la obra un pretexto de su pretendida creatividad, y no la consecuencia de la libertad del autor, sino el pretendido autor, autor originalísimo como consecuencia de la audacia en su obra.
Se instituyó como obra de arte un objeto cotidiano, el orinal de Duchamp, y al igual que una obra magistral, el Laoconte, precisaba del espectador para que, en tanto que objetos separados, ambas sean obras de arte. Pero, no nos engañemos, no es lo mismo un huevo que una castaña, pues, como en el cuento, el rey en muchas ocasiones, ha salido a desfilar desnudo. El ojo que ve, debe saber ver; el objeto separado no es nada sin el espectador, pero el espectador necesita, como para todo lenguaje, estar iniciado en él, para entenderlo, para usarlo, para participarlo… y autorizarlo.
Tercer Momento
La experiencia estética de espectador. Para este momento del Arte les presento una obra soberbia, The Matter of Time, 2005, de Richard Serra, en el museo Guggenheim Bilbao. La experiencia espacio-tiempo, es algo que presuponemos experimentar a diario; pero no se da tal vivencia como fenómeno separado; vamos, venimos, llegamos o no en tiempo, para seguir en una vorágine que no nos permite alcanzar un sentido claro, una conciencia separada de algo tan consustancial a la existencia. Esta obra nos permite experimentar tiempo-espacio casi en sentido kantiano, como formas a priori de la intuición, aquellas sobre las que se asienta toda experiencia de vida.
La obra nos posibilita adentrarnos en un paisaje que es sólo tiempo-espacio. La instalación está compuesta por ocho piezas de acero, gigantes; conforman un paisaje escultórico, un mundo encapsulado en sus límites, y definido por la gravedad, la pesantez de los espacios de acero, y el impulso ascensional de sus curvas, que proponen en algunos momentos ingravidez, perdiéndose acaso referentes de arriba-abajo, derecha-izquierda.
Dice el propio Serra:
“el sentido sólo se capta cuando el espectador se mueve a través del espacio de cada escultura individual y de la instalación en su conjunto. El sentido de la instalación se activa y se anima sólo con el ritmo del movimiento del espectador […] cada cual ordena el espacio de un modo distinto.[…] no puedo decirle a nadie cómo ha de caminar y mirar. El sentido de esta instalación no existe con independencia de la experiencia del espectador; (esto es fantástico!): por tanto, cada persona se convierte en el tema de esta instalación […] Uno tiene que entregarse al viaje. Los descubrimientos que tengan lugar en ese viaje dependen de la disposición de los visitantes para invertir su propio tiempo […] para suspender el juicio y para captar su propia experiencia al tiempo que esta se despliega.”*
*Richard Serra. Escritos y Entrevistas 1972-2008
Ed. Universidad Pública de Navarra
Cuarto Momento
Socialización y sinergias. Vuelvo a recurrir al más grande y a su obra más célebre, casi como un tributo: el David. No cabe duda del consenso general entorno a esta obra: es la expresión de la Fuerza, Armonía y Belleza. Tres valores, que quizás no sea reconocido en primera instancia, se fijan en el imaginario colectivo a través de la impronta que la escultura deja en los espectadores que saben ver más allá. Tres valores que conforman carácter individual y colectivo. La imagen del joven desnudo, determinado a plantar batalla, alzado el gesto contra la arrogancia; la fuerza de la dignidad que se enfrenta contra el gigante y su ejército con una simple piedra. La mirada serena, concentrada en la terrible prueba que le aguarda, y un halo de melancolía… el mundo siempre deja solo al héroe… pero necesita del héroe, por eso es héroe. La inmediata conexión del espectador con la obra va más allá del reconocimiento de su supuesta belleza, que se da, (el David es en escultura la perfección, aunque no sería un cuerpo vivo perfecto); la conexión inmediata con la escultura se da también en la solidaridad con la historia del personaje y en la extensión a todo acto de dignidad de los pueblos.
La escultura se colocó en 1504 en la entrada al Palazzo Vecchio, sede del gobierno de la nueva República Florentina (no es el caso hacer aquí una narración de los avatares políticos de aquella Florencia cuna del Renacimiento) como expresión de su dignidad y símbolo de la determinación de la ciudad de hacer frente a cualquier enemigo, e infundía, igual que un himno patrio, el coraje y sentido de unidad en sus habitantes. Así a lo largo de su historia, en estos últimos 500 años, es reconocida como uno de sus signos de identidad, y goza hoy en día de un valor identitario entre los florentinos mucho más allá del bien patrimonial.
Replicado en bronce, para el 400 aniversario del nacimiento de Miguel Ángel, 1875, custodia desde el Piazzale Michelangelo los sueños de la ciudad. Su David es Florencia para ellos, y ellos son Florencia… y se les nota.
Quizá no haya sido muy explícito en la enumeración de unas supuestas claves, pero todas se reducen a la apertura a experimentar. Las claves de acercamiento a la escultura, al arte, dependen de uno mismo; no están en la obra, están en uno mismo, en lo que sabemos ver propiciado por la obra, las experiencias de vida que la preceden, y a través de ella, las experiencias de mundo que se generan. El arte es un conjunto de elementos que se dan en relación a cada contexto, y que cambian con el tiempo. Por esto, el valor del arte es algo que está en permanente construcción, y en constante cambio. Diría Brancusi: “sin los hallazgos de Rodin, mi obra no hubiera sido posible”. Sin los clásicos, sin las vanguardias, sin los libertarios, y, permítanme, sin los atrevimientos y extravagancias de muchos, no sería posible el ejercicio de libertad en la creación contemporánea, de la que autores y espectadores hoy somos beneficiarios, que si bien es cierto, en ocasiones es muy confuso, es también el mejor de los escenarios para el arte que puedo imaginar.
Manolo González
Manolo González.
“La Experiencia Estética, una vía hacia el Conocimiento”
Me recuerdo jugando con la plastilina, como casi todo niño, pero no igual, era algo más que un entretenimiento. A poco que tengo memoria, es lo que quería hacer, lo que sabía hacer. Se podría decir que hasta ahí no era siquiera una elección, y cuando llega ese momento de la adolescencia en la que hay que decidir respecto a una profesión, no había lugar a la cuestión, yo era escultor, me dedicaría a ello. Como tal, desde siempre he estado haciendo y aprendiendo, ambos gerundios; el instante de actividad es lo que me define: creando, por inevitable determinación de hacer; observando, por determinante necesidad de aprender. Así, la experiencia de lo estético, está ligado íntimamente a mi estar, a mi ser. He mirado, he tocado, he escuchado, he comprendido el mundo desde la vivencia estética; como actor, la escultura, como espectador, el arte. Por esto, al dirigirme a ustedes en este acto quisiera transmitirles mi visión al respecto, en tanto que actitud vital que trasciende y se extiende al territorio de lo social, de lo ético. La experiencia estética es para mi una vía, otra ruta hacia el conocimiento, y el conocimiento, mejor si es compartido, de otro modo, no tendría mucho sentido.
Comienza Adorno, uno de los grandes del pensamiento contemporáneo, su Teoría Estética así: “Ha llegado a ser obvio que ya no es obvio nada que tenga que ver con el arte, ni él mismo, ni su relación con el todo, ni siquiera su derecho a la vida … En éste,(el mundo) el lugar del arte se ha vuelto incierto”… me permito discrepar con Adorno. Para él, el arte no sólo ya no es expresión de las tendencias fundamentales y emergentes de una determinada sociedad, ni siquiera es un elemento de la reflexión que estructura todo orden social, en tanto que el arte es para él representación de lo no-existente, lo irreal. Pero ¿qué es lo real, la realidad?; ¿qué es la verdad?.
Parto de una premisa para mi reflexión: la realidad es una, está ahí, precede a las verdades y es indiferente a ellas; la verdad, a pesar de su pretensión, es múltiple, es construcción intelectual validada en los consensos, en la tradición, y modificada en el tiempo. El curso de la historia de nuestra cultura, como la convivencia con otras culturas, han evidenciado el devenir de verdades, algunas (y no sin causar grandes estragos) consideradas en su momento absolutas, de obligada adhesión, para con el tiempo ser cambiadas… y de qué modo… tanto en el ámbito de las ciencias, como de los “saberes” y “creeres”… quizá por esto que digo ahora, por las posibilidades que se abren con ello, en otros tiempos hubiera sido objeto de un proceso por impiedad.
Es en el territorio de las verdades, en tanto que construcciones intelectuales, donde la experiencia de la realidad, se representa, se comprende y en ello, uno mismo comprende su existir en el mundo. Esta comprensión nos da una acepción del mundo, no en oposición a una supuesta acepción correcta y única que se diera desde alguna posición externa, de modo sobrehumano, o no humano, que en tal caso no interesaría. El mundo que cuenta es el que interpreta el hombre, ya sea real o inventado, pero sólo dentro del ámbito y extensión de lo humano. Por eso aquella máxima del griego Protágoras, recogida por el renacentista Pico della Mirandola en su Discurso sobre la dignidad del hombre, “el hombre como medida de todas las cosas”. La multiplicidad de acepciones no significa la sospecha el mundo, pues todas hablan del mismo mundo, de una única realidad desde las múltiples verdades.
Entre la experiencia de la realidad desde la ciencia o lo cotidiano, y la experiencia estética parece que exista un abismo insalvado. ¿Qué tiene que ver una cosa y la otra? La experiencia de la realidad es una vivencia, que se asimila desde el pensamiento, construyendo verdades en torno a dicha experiencia. La vivencia conlleva un sentido de unidad del individuo que la vive, de continuidad, pasa a formar parte de la construcción de su yo, del sustrato con que se acerca al mundo. La experiencia estética no está enfrentada a la realidad, ni es enajenación de ésta, como argumenta Adorno. Si considerásemos la experiencia estética exclusivamente en su puro emotivismo, sólo como la genialidad de un instante, perdería el sentido de continuidad en tanto que vivencia. Es un modo de autocomprenderse y reconocerse en el mundo. El mundo que se da en la obra de arte no es un extraño, sino nuestra propia experiencia de éste a través de la obra. Cualquier experiencia es conocimiento, y la obra de arte, de algún modo, nos impulsa también hacia ese conocimiento, es otra vía de acceso al mundo. En la experiencia de la obra de arte se da una verdad diferenciada, construcción intelectual en representaciones sensibles, distinta de la ciencia, heterogénea y complementaria.
La lógica asume la función de ordenar el pensamiento, la interpretación del mundo. Pero lo que subyace en las leyes lógicas no son verdades inmutables, son experiencias compartidas y consensuada; es una forma de pensar lo que construye la verdad, que algo tiene que ver con la realidad, pero no es lo mismo. Debemos estar atentos para que la objetividad logicista, cuantificadora, no sacrifique al sujeto y su mundo a la verificación de la realidad en estadísticas, cálculos y previsiones. Pero no se trata de caer en el psicologismo, ni poner en duda con delirios emocionales lo que a todos resulta cierto y demostrado, ni alzarse en esto para disfrazar la propia inconsistencia devaluando permanentemente lo dado. Se trata de situarse polémicamente frente a las verdades. Pensamiento que no se cuestiona a sí mismo es falso de suyo en su estancamiento. Se ha de estar en permanente dialéctica, lo que es apertura a nuevas formas de conocer, a nuevas formas de experimentar. El camino a Itaca, de Kavafis, es lo que cuenta, cómo se hace el camino, los nuevos puertos y nuevas tierras que conoceremos en él. Esta actitud es la que nos ayudará a comprender y superar la dominación tecnocrática y la barbarie tecnológica a la que estamos hoy expuestos, término este último que tanto lo escuché al ya para siempre sonriente José Luis Sampedro; su Sonrisa Etrusca fue experiencia estética de juventud que me proporcionó una comprensión de la vida mucho más refinada que la que el mundo cotidiano nos ofrece, sin que se haya dado una contradicción insalvable entre lo que he vivido y lo que he comprendido. Y es aquí donde todo esto cobra sentido:
He comprendido la vida que quiero respirando el Adagio molto e cantabile de la Novena de Beethoven; he presentido el misterio de la armonía de la vida, incluidas sus paradojas, entregándome del Langsam finale de la Tercera de Mahler; me lanzó a la libertad de conciencia, a la búsqueda del conocimiento, Guillermo de Baskerville, protagonista del Nombre de la Rosa de Humberto Eco; he interiorizado la atrocidad de la violencia y la guerra contemplando el Guernika de Picasso; me ha recorrido la determinación, quieto, firme como él, contemplando el David de Miguel Ángel en la Academia de mi siempre deseada Florencia; he alcanzado la Plenitud con las vistas del Teide al ocaso, desde mi adoptiva Artenara, escuchando el Ocaso de los Dioses de Wagner; y he visto más allá del profundo del “Atlántico Sonoro” que cantara Tomás Morales, en el horizonte de mi querida ciudad, Las Palmas de Gran Canaria. Todas estas vivencias estéticas son parte de mi, de mi forma de ver el mundo y de hacer, en definitiva, mi modo de ser.
Según la teoría Estética de la Percepción, liderada por Hans Robert Jauss, a la que me sumo, la obra de arte, la experiencia estética, posee un valor más allá del ser en sí mismo, como objeto o fenómeno. Se actualiza, se renueva permanente por quien la interpreta en su tiempo histórico. Lo que se da en cada interpretación, en cada momento, es lo verdadero, pero en permanente devenir, y más allá de un mero placer estético, muestra una forma de ver y la posibilidad de modificar las formas de ver, de aprehender el mundo. Una obra de arte se proyecta en aquellos que participan en ella, tanto creadores, como espectadores; es un fenómeno abierto que depende de cada tiempo. Cuando se descubre la escultura el Laoconte en 1506, la cual había estado sepultada por siglos, aparece nuevamente la obra de arte; mientras estuvo enterrada sólo era una piedra, mármol modificado, pero sólo eso; son los nuevos espectadores de esta escultura del siglo II a.c., rescatada en los albores del siglo XVI (entre estos estaba gran Miguel Ángel ), son ellos los que le retornan su condición de obra de arte desde su experiencia estética; permítanme que insista: son las personas las que le otorgan su estatus de obra de arte, y es ahí, en las personas, donde reside el máximo valor del arte. Lo que realmente se experimenta en una obra de arte, no es tanto la habilidad técnica de su autor, que se le supone, como al matemático el manejo de los números, sino en qué medida se reconoce en ella algo, y en ese algo, a uno mismo. El gozo estético puede venir por la reafirmación de lo ya conocido y satisfactorio, como por el descubrimiento favorecido por la obra de algo nuevo en uno mismo… cierto que hay que tener un mínimo de iniciación, saber sentir, admitirle al momento estético que nos tome. La interpretación que se hace de una obra habla más del interprete que de la obra en sí, y suele, en muchas ocasiones delatarnos.
El Arte lo entendiendo como un todo en que se distinguen claramente cuatro momentos: el antecedente, es decir, el autor y su experiencia del mundo; la obra en sí; la experiencia estética del espectador, su interpretación; y el consenso social en torno a la experiencia estética y las sinergias que éste provoca. Cierto que la autonomía de la estética respecto de la moral puede propiciar también experiencias conflictivas y hasta destructivas, pero no más que cualquier otro acontecer humano con sus intereses y desequilibrios; baste mencionar el arte instrumentalizado para el dominio; pero eso habla más de la intención de dominar, que del arte en sí. El Arte es un facilitador de nuevas experiencias, es un incitador de modos de ver, es una vía para hacerse consciente de la propia estructura de “prejuicios” y alcanzar una disposición neutralizadora del carácter coactivo de éstos, sin que ello signifique despreciar aquello en que nos hemos formado, pero sí lograr un estatus de autonomía suficiente. Lo cotidiano, lo establecido, bloquea la posibilidad de apertura a nuevas formas de ver, de verse a sí mismo. Así, el conocimiento ha de promover un estado permanente de reinterpretación del mundo, de emancipación. Dicha emancipación debe plantearse en conexión con la estructura del pensamiento, que es lenguaje e imágenes, en la comunicación. Aceptando que la necesidad social de comunicación exige unidades de sentido fijo, consensuadas, esto no implica hacer de éstas esencias incuestionables, mientras se desacredita el mundo de lo sensible como problemático. Detrás de esa actitud está el miedo a la irrupción de lo imprevisible. El desprecio de lo sensible a favor de inmutables, tanto por parte lo científico, como por lo ideológico y lo teológico, se incrusta en nuestra psique a través del lenguaje e imágenes, que no siendo reconocido en el plano consciente, apenas podemos defendernos del efecto modelador que esto tiene en nuestra configuración de la existencia. Creemos así, espontáneamente, en identidades sustanciales. La creencia en una causalidad universal que explique esto, el mundo, es una necesidad psicológica de certeza desde la que han partido teorías científicas y morales; el mismo concepto dios, en tanto que acto de pensamiento, no es más que una hipótesis fundamentada en esta necesidad de certeza.
Luz y tinieblas, bien y mal, son verdades construidas que van de la mano, son las partes de un todo Absoluto, el Mundo. Lo bueno y lo malo son edificios intelectuales que nos separan de la contingencia y nos elevan a nuestro ser más humano; en la arquitectura de lo más humano está el empeño ético. Con esta verdad, la mía, de la que no pretendo grado de necesidad, comprendo el mundo, y lo proyecto en mi obra. Así, cuando me dispuse a trabajar sobre la escultura que hoy pasa a formar parte de la colección de esta Real Academia, me fijé en su patrono, San Miguel Arcángel, capitán de las milicias divinas, y lo he querido levantar sobre la tesis de lo apolineo–dionosiaco: Apolo, dios del sol, del intelecto; Dionisos, dios pegado a la tierra, de las pasiones. No hay combate de contrarios, el bien, el mal, como se da en la iconografía tradicional, sino elevación desde los complementarios, si bien Dionisos es niño, y Apolo su madurez, despegando lo humano de su estado originario y alzándose a la conquista de su efímera existencia.
El Arte, más aún desde los movimientos libertarios del siglo XX, nos abre a nuevas formas de ver el mundo, a nuevas formas de interpretar, comprender y estar en el mundo. Ya en las cavernas el hombre interpretó, comprendió su mundo a través de sus realizaciones pictóricas. En la ejecución de las imágenes daba forma, concretaba dicha comprensión, la compartía con la comunidad y así reinterpretaban su entorno y a ellos mismos en él, lo cual posibilitaba también su adecuación y adaptación a través del conocimiento propiciado por esta práctica, que el devenir de la humanidad ha denominado arte. Justificar la cultura, el arte sólo como actividad económica (que ciertamente, también lo es), es someterlo a la tiranía de la cuantificación y la razón instrumental, que sólo entiende el ser de las cosas desde el balance inmediato. La Cultura, el Arte, la experiencia estética que es el momento de su encuentro, nos da la oportunidad de ser más individuos, más personas en la comunidad, menos número estadístico, ser moralmente más libres. La Cultura, el Arte, no son un lujo, son necesidad, y más aún en este periodo de crisis, que lo ha convertido todo en un permanente exabrupto de estadísticas demoledoras, que desplazan al individuo en pos de un balance. El lugar del arte no sólo no se ha vuelto incierto, como planteaba Adorno, sino que, según mi verdad, es aún más cierto, más necesario, como la gran puerta de acceso a la diversidad del mundo, y en ello, a la diversidad del hombre, que en definitiva es el ejercicio de su libertad. Más Cultura, más Arte , desde lo público, lo privado, lo íntimo, sin reservas ni restricciones, y en esto, esta corporación, la Real Academia Canaria de Bellas Artes, que me honra integrándome a ella, tiene mucho que aportar, para lo que quedo a su disposición.
Quizá sea cándido (excusatio non pedita) pero tengo la convicción que las experiencias compartidas cohesionan… para mi, mejor si son desde el gozo. Por mi parte, seguiré trabajando para propiciarlo, e igual que me sentí emulando al Prometeo de Goethe cuando realizaba mi escultura Prometeo-LaAutocreación (la que considero mi obra más autobiográfica) sigo convencido que el hombre ha de construirse a sí mismo; creo firmemente en el hombre decidido a crearse a sí mismo, y así lo transmito en mi obra:
“[…] Aquí me afianzo y formo hombres según mi idea.
A ese linaje semejante a mí, para que sufra y llore, se alegre y goce […]”
del Prometeo de Goethe
Manolo González 2013
Manolo González
Del suelo insular a la nada y la inercia de Ser .
“Zattera” (Escultura presentada en la BomHibrid Gallery de Seúl, Corea, encolaboración con la Galería Saro León, septiembre 2012)
Allí donde el territorio para un isleño se acaba, en la orilla, ahí, de frente, se presenta la metáfora más rotunda de la existencia: el mar.
Si hay algún lugar en el cual puedes comprender no haber sido, ese lugar es el mar. Allí, en el mar ninguna huella queda … sólo acción en el tiempo. El tiempo transcurre como una gran inercia hacia la nada, entre batallas inciertas, empeños vanos. Un ser flota a la deriva hacia la nada sobre una balsa humana, salvavidas del único personaje que se yergue aún vivo sobre un amasijo de carne ondeante. Y al final, nada; lo único cierto, el deseo de ser en el instante que surcas y dejas la estela sobre el agua; insensato empeño de permanecer. Sólo existe la inercia de ser, sobrevivir en la voluntad de ser, anhelo de eternidad consumado en un instante, aún más efímero que su huella en el mar.
La escultura como obra de arte perdurable, paradoja de este pensamiento, no resulta más que su constatación última. La escultura es otro ser, no es su autor. Yo, como escultor, realizo obras perdurables, pero no soy yo quien perdura; lo único que cuenta para el Ser es la voluntad de Hacer en la escultura; la inercia que impulsa a Ser a través del Hacer. El Vórtice actor, causa eficiente. Sólo cuenta el Hacer, porque su huella, la escultura, más tarde o más temprano también dejará de ser.
Este pensamiento se enmarca dentro de los últimos trabajos realizados, “PROMETEO-La-Autocreación” y “NARCISO”, en los que me he adentrado en la conciencia del Ser desde la revelación de la Nada. La Nada no invalida el instante de la existencia, al contrario, lo potencia. Reclama la construcción permanente del ser en sentido esférico, no lineal, pues al igual que el continuo de una estela en el mar, no quedará nada de ese transcurso lineal. Lo que cuenta es el instante en que se hace cada huella, y en cada uno de esos instantes se concreta toda la existencia; el ser de ayer, el del instante y el de mañana, porque el de ayer y mañana sólo existe en el instante de cada acto.
Manolo González
Manolo González.
Galería Saro León, Las Palmas de Gran Canaria.
Después de un magnífico periodo ejecutando una obra pública de orden gigante, la realización de una producción de orden menor, podría decirse casi orden doméstico, es retomar el ámbito íntimo, el espacio reservado y discreto del estudio, de la mesa de trabajo y la pequeña herramienta. Al igual que celebro y agradezco la confianza y responsabilidad otorgada en la gran obra pública, el retorno a lo pequeño y privado es un reencuentro feliz.
Felicidad que espero transmita la frescura de esta serie. Toda obra nueva asume la síntesis de toda la obra anterior, y esta no es menos al respecto. Casi inevitablemente esta producción es como una resonancia de mi última gran obra, como pulsos remanentes del gran vórtice creativo que se va disipando en estos últimos destellos, como pequeñas estrellas con luz propia en los extremos de las brazos de una galaxia en espiral, significándose autónomas y autosuficientes.
Quiero resaltar la aparente paradoja cuando reparo en que estoy realizando esculturas de bronce siguiendo las pautas y método que utilizo para la confección de esculturas en malla de acero, siendo dos realidades escultóricas bien distintas. Esta hibridación del proceso facilita una plástica: esculturas a hueco abierto; construyendo los modelos a partir de cintas de cera se propicia un fluir de aire y formas que concreta piezas de mayor frescura y ligereza que las que se conseguirían con otros métodos, sin dejar de participar éstas de la identidad estatuaría de un bronce.
Quede claro que la técnica no debe, en mi caso, determinar estética, sino que desarrollo técnicas en función de las exigencias estéticas. El resultado escultórico de esta serie queda identificado en mi haber estético por mi afecto a los restos arqueológicos, bronces y cerámicas, estudiados en tantos museos visitados, que en los expositores, con su fragmentación y deterioro recobran una identidad inusitada, distinta a la que tuvieron, pues el presente eleva a magníficas lo que en el pasado sólo fueron utensilios o estatuaria doméstica, hoy carcasas de metal que en la supervivencia a través del tiempo adquieren la solemnidad que en otro tiempo no se les otorgó. Variaciones y Divertimentos evoca la experiencia estética que la observación de estos restos arqueológicos han generado en mi, experiencia tan veraz, como fantasiosa la reconstrucción de la realidad histórica que a cada pieza le supongo.
Por las “resonancias”, tanto de mi última gran obra presente en cada una de estas piezas, como por la evocación de restos arqueológicos con voluntad de futuro que esta serie conlleva, la he denominado con dos términos propios de composiciones musicales. El primero, variaciones, alude a la repetición de una melodía o armonía expresada de distintos modos, y el segundo, divertimentos, refiere a una obra de corta duración de carácter ligero y alegre… cosa que en estos tiempos se precisa más si cabe.
Manolo González 2011
Manolo González.
Texto para la serie “Banderas”, exposición inaugural del CIDAV, The House of my Friends, Santo Domingo, República Dominicana
BANDERAS, símbolos identitarios asumidos por los individuos como referentes de valores comunitarios que hablan de ellos mismos; paños de tela multicolor, interiorizados al punto de fijar en ellos la identidad propia, haciendo cuestión máxima por la que llegar a batirse ( si bien unos saben por qué, otros, oh! paradoja, secundan ciegamente aquello que sólo se percibe por la vista ).
Tantas veces izadas en nombre de la libertad, tantas otras en pos de la dominación. Tantos anónimos la portaron en defensa de su comunidad, como líderes se arroparon en ellas, consolidando así su primacía. Tanto heroísmo, como vileza, han hecho ondear estas telas de diseños homologados, vistiendo de color el aire, lo que en los individuos era convicción, abducción o imposición.
Yo constituyo una serie de banderas humanas que hablan de la libertad del individuo; cada uno ondea como sabe, puede o le place; juegan en el aire como expresión de su libertad individual; libertad que se construye solidariamente desde la del otro. Este mundo sólo es posible si es proyecto común, no excluyente, que se reconoce en la libertad de cada uno de los individuos, en progresión ascendente a la comunidad.
Este viento que nos hace ondear a todos, es el espacio común de libertad compartida… “ninguna de éstas, mis banderas, ondea donde el aire no existe”…*
Manolo González
desde Artenara a Sto. Domigo, Agosto 2010
*parafraseando a Agustín Millares
Manolo González.
En PROMETEO hago una “variación” con el icono de la Creación de Adán de la Capilla Sixtina: la trasmisión de la vida a través del dedo índice del creador al ser creado, pero prescindiendo aquí de la figura creadora, (un manifiesto ateísta, no contra, sino emancipado ), y en este caso, el ser creado es a la vez creante (agente) de sí mismo; ¡ el hombre se crea a sí mismo, el hombre debe crearse a sí mismo !
Prometeo, el amigo del Hombre, es castigado por Zeus por la complicidad de éste con los hombres: les enseñó a burlar a los dioses en los sacrificios y quedarse con la mejor parte de los animales inmolados para su propio consumo; robó el fuego de los dioses y lo entregó a los hombres. Por esto Zeus ordenó que fuese encadenado a una roca del Cáucaso, donde todos los días un águila le devoraría el hígado, para regenerársele durante la noche y volver a serle devorado al día siguiente; así eternamente. Prometeo significa, al igual que la Expulsión del Paraíso bíblica, la toma de conciencia de la humanidad, pero en PROMETEO-La Autocreación se plantea no como una condena, sino como el compromiso de vivir; la responsabilidad de vivir.
Al igual que el Adán de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel está recostado y a Prometeo se le representa reclinado y encadenado a la roca, PROMETO está reclinado, con un gesto de potencia contenida, pero sin sufrimiento porque no hay punición; vivir no es castigo, es una contingencia cósmica que está de uno mismo construirla y explicársela desde la experiencia de ser vivida en plenitud… pero eso ya, es cosa de cada uno.
Igual que el mito del Dr. Frankestein se ha asociado por la ensayística filosófica y literaria con el mito prometeico, la realización sobre una “mesa de operaciones” de PROMETEO a base paños de malla de acero cosidos me ha evocado la construcción de la “criatura” del Dr .Frankenstein, pero aquí no como un monstruo, justicia por sacrilegio, sino todo lo contrario, el hombre decidido a crearse a sí mismo como un empeño bello, definitivo, el que hace al hombre más humano:
“[…] Aquí me afianzo
y formo hombres
según mi idea.
A ese linaje semejante a mí,
para que sufra y llore,
se alegre y goce […]”
del Prometeo de Goethe
Manolo González.
Ìcaro (mito griego), fue confinado junto con su padre, Dédalo, en el laberinto que éste construyó para el rey Minos. Para escapar, Dédalo ideó unas alas de cera y pluma que confeccionó con Ìcaro. Antes de iniciar el vuelo liberador, Dédalo advirtió a Ícaro del peligro de volar muy alto, pues el sol derretiría la cera y caería al mar: “sígueme de cerca y no tomes rumbo propio”… Ícaro voló hacía el sol, hacía la intensidad de la luz, hacía el objeto de su deseo. Igual que la vida se cierra en la muerte, el vuelo en la caída; la vida no es infecunda por la muerte, el vuelo no lo es por la caída.
Ícaro ha de escapar del laberinto. La infelicidad es un hecho; incertidumbre y muerte son irrevocables; la felicidad hay que crearla; la felicidad es una actitud, una forma de pensar, de hacer. Al igual que Ícaro, con alas, artefactos portentosos del empeño, que cada cual cree sus alas e inicie su viaje. ¡Hay que salir del laberinto!*
La Verdad, al igual que el sol, si se la mira fijamente, es el abismo. La esperanza (el sol) atrae a Ícaro, derrite la cera y éste cae al mar; perece ahogado. Su afán de luz, hoy, también, lo arroja a la oceánica fosa común.
No podemos ser luz incendiaria, debemos ser luz de razón que guíe el vuelo de la Humanidad. Somos la vanguardia de lo Humano, de los derechos. Derecho que no aspira a ser universal, no es derecho, es privilegio. El humanismo que guía Europa no puede convertirse en maquillaje de un mundo bien-estante con el que disimule su incomodidad e indiferencia ante la pertinaz presencia de la miseria. No hemos llegado hasta aquí para disfrazar el futuro con colorete, mientras, debajo, la piel se aja por el miedo a perder lo conseguido, sin advertir que sólo es posible conservarlo en su progresión. El problema es de magnitud suficiente como para creer que se resuelve con pretendidas bellas palabras, pero si éstas son expresión de una forma de interpretar la realidad y de actuar, los esfuerzos irán dirigidos a la construcción de puentes para la colaboración y no de murallas y alambradas que nos protejan del curso de la historia. El futuro sólo es posible si es proyecto universal, no excluyente. Este vuelo es el de todos, el del futuro, el de la libertad, que sólo se construye con el otro; o es compartida o no es.
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”
Capítulo LVIII, Don Quijote, Cervantes
ICARO7 es el vuelo solidario, un ala construida por siete, unidos por el empeño de un proyecto común, la luz el de la Humanidad, luz de Todos.
Manolo González.
“Eppur si muove”, triste apostilla con la que Galileo se consuela ante los pirómanos requerimientos del Santo Oficio de Roma :
“ abneghi o sarai bruciato nell fuoco purificatore”.
El fuego; ¿ serà el mismo fuego que en Heràclito forma y ordena el Universo?
Orden universal defendido a fuego por la ortodoxia.
Fuegos contrarios; paradoja que se concreta en Galileo.
Galileo: conocimiento revisado del orden universal
Herèclito: orden universal; fuego, en el cual, su reposo es cambiar
Ortodoxia: inmutabilidad del orden universal por el fuego custodiada
Custodia, que no sabe que es fuego y su necesidad, cambiar,
pues todo cambia, todo se mueve…
salvo el Todo…
pero eso sólo se conoce desde el imposible exterior
La esfera es parmenidea
su interior, es otra cosa.
MACO
El Museo de arte Contemporáneo de Oaxaca ha puesto en marcha desde hace cuatro años el programa “El Museo sale a la calle” con intención de integrar temporalmente el arte el ámbito urbano, para la edición 2004 ha invitado a Manolo González a realizar una instalación frente a la fachada del MACO.
Manolo González (Gran Canaria, 1965) ha participado en múltiples exposiciones colectivas e individuales, recientemente en ARCO y en la Bienal de La Habana. La instalación Ícaro Siete que presente en el MACO toma como metáfora el mito griego para proponer una reflexión sobre la libertad, y al mismo tiempo, sobre la escultura como experiencia del espacio.
Elaboradas en malla de acero inoxidable E304, cada pieza individual presenta una corporeidad definitiva que no pretende ser algo más de lo que presenta; y precisamente por ello, la instalación completa aborda el tema de la representación, de la fragilidad con que se mantienen las referencias: cuerpos sostenidos por hilos que en ciertos momentos son invisibles, las referencias funcionando asidas a nada, asidas a un mundo construido a partir de simulacros discursivos de verosimilitud.
Al mismo tiempo la instalación puede verse como una sola obra, un cuerpo construidos de varios cuerpos unidos, que instaura su propio sistema de referencias y que nos recuerda que la libertad solo es posible si se comparte con otros.
Abordando la contingencia de las distancias y de la presencia física, Ícaro siete propone repensar nuestros hábitos para configurar el espacio, explora las cualidades sensibles de la mirada para aludir, con gracia y armonía, al deseo de intuir lo que no puede ser pensado. La instalación permanecerá frente a la fachada del MACO hasta el 2 de agosto y en el patio central hasta el 16 del mismo.
El Museo de Arte contemporáneo de Oaxaca agradece a Galería Artificios su incondicional y decisivo apoyo para hacer posible esta muestra, del mismo modo a Daniel López Salgado por su siempre gentil asesoría.
Manolo González.
Fragmentos Clásicos son citas, citas escultóricas. Citas sin erudición, sin valor arqueológico. Casi lo opuesto: citar al clásico desde la intuición; convocarlo al presente. Convocarlo para conjurar a través de su equilibrio y su gracia el “desequilibrio” y la “sin-gracia” del presente; porque todo presente está expuesto a las contingencias y el desorden que el pasado ya superó. No obstante, contingencia y desorden precisos para el cambio y el avance.
Desde el relativismo con el que contemplo al Hombre, este juego con las imágenes clásicas, unas imaginaria, otras reales, respirando-inspirando a través de Fideas, Praxíteles, Lisipo… ellos, los clásicos.. este juego, digo, más quiera ser un inciso, una objeción y reclamar aquellos parámetros que hacían de una obra y su autor, algo del arte. Ahora, cuando el artista se ha ido del artesano, adiós!… y más que nunca antes, es un intelectual, complacido en su habilidad intelectual, y alejado de cualquier habilidad manual de elaboración, ahora, vengo yo con un trabajo más cercano al “puntocruz” , en el que la sublimación de la 2inspiración” pasa por el alicate y el hilo de acero, la manipulación de la malla y el forcejeo con su estructura hasta hacerla tomar la forma que deseo.
Deseo. Es el deseo el que necesita, exige su conformación en la obra. La obra no es el objeto del deseo, es su anhelo. Es el deseo el que produce la obra. La obra de arte no es una epifanía, una revelación; es una producción. Crear es un trabajo, una práctica que transforma algo en función de un deseo. Si bien, el deseo puede ser aquello oscuro, misterioso, telúrico, que se toma por causa primera, genesiaca; pero así interpretado por desconocimiento de la causa por la que uno se ve impelido a desear algo. (En alguna ocasión, si hubiese conocido tal causa, bien la hubiera combatido… pero eso afecta a otro ámbito).
Y qué deseo: deseo la gracia y el equilibrio. Gracia y equilibrio que el mundo clásico, al igual que sus obras fragmentadas, de irreversible mutilación, y necesaria, pues así las conocimos ( completas ya no serían ellas, serían otras), gracia y equilibrio que el mundo clásico nos propone en la distancia; y posiblemente por eso, por la distancia en tiempo y espacio. Gracia y equilibrio que se asienta en la justeza de la medida, en su idea de la necesidad humana juiciosa; qué no es y qué es necesariamente necesario, haciendo con ello a cada individuo más consciente de sus facultades en cuanto a ser inexcusablemente moral; afirmación de la dignidad humana. No son obras dirigidas a Dios, son dirigidas a los hombres disfrazados de dioses conspicuos y a la vez muy humanos. No hace falta hermeneuta que interprete códigos secretos; son lo que son, materia y forma, marcando intencionadamente desafecto por el cripticismo que se supone hace de una obra algo en verdad valioso. No hace falta médium que ponga en contacto al mundo sensible (el espectador) con el más allá ( la intelectualidad del artista).
Y finalmente, gracia y equilibrio que supongo, trasciende dela estética a la ética, pero… como dice alguien de mi entorno de paz: es un suponer.
Manolo González.
Entre otros invitados:
D. Óscar Arias Sánchez, Premio Nobel de la Paz 1987
Dª Marguerite Barankitse, Medalla Defensores Derechos Humanos, París 1998
D. Javier García Forcada, Psicólogo, filósofo y teólogo, con numerosas publicaciones
D. Willigis Jäger, teólogo-filósofo transconfecional entre el cristianismo y budismo Zen
D. Fernando Parrado, (Nando), superviviente de la tragedia de los Andes 1972
Texto para MILLENIA
A la existencia se le dará permanentemente significaciones, unitarias, múltiples y diversas según la necesidad de cada cual, propias o heredadas de las grandes tradiciones filosóficos-religiosas. El reto: por qué, para qué, desde y hasta cuando, es científicamente, hasta hoy inabordable, y desde siempre se abordó a través de la especulación filosófica o mítico-religiosa; casi, o ciertamente, con actitud perentoria de aceptar cualquier explicación que calme el desasosiego de tan grande incertidumbre. Quien no se lo plantea, de seguro da por buena la que en suerte su contexto socio-cultural le dispone.
MILLENIA, que se refiere en su título a la consecución del tiempo en milenios, encerrando en ello evolución biológica, historia, espacio y tiempo, es una especulación más; la mía. Y una vez que en ello me entretengo, dejo claro que no doy por buena la que mi contexto me ha trasmitido. El discurso, desarrollado en lenguaje plástico, hace hincapié en una certeza: el desconocimiento absoluto, humilde y soberbio a la vez, de una causa creadora; si quiera un Primer Motor, una razón y un fin. Esto parece reducir la existencia a un viaje, en un espacio y tiempo, del que el hombre sí tiene cuando menos conciencia, o una certeza sensorial ( no entro a discutir si la experiencia de los sentidos es engañosa o no ), un viaje, en una soledad consciente. Recalco que no niego, desconozco.
La única compañía es el Cosmos; demasiado vasto e indolente con nuestra existencia. De seguro que en él se encierra la repuesta a esta cuestión, pero la existencia del Cosmos es, si cabe, más inescrutable con los parámetros del pensamiento. Origen – fin, lleno – nada, finito – infinito, se manejan convencionalmente sin capacidad suficiente, pues lo enteramente abstracto resulta inadecuado para entender una explicación que encaje con nuestra experiencia, y si se reduce estos términos a nuestra experiencia, acotada a nuestras tres dimensiones, quedan anulados en su sentido cosmológico. La distancia año luz resulta muy útil para los cálculos; para la experiencia, inabarcable. Aunque alcancemos a comprender lo lejos que están los cuerpos celestes unos de otros, no nos explica límite, forma, si envolvente absoluto o contenido de un continente que a su vez sería contenido, y así…, de modo que aún estamos bien lejos de una explicación no especulativa de semejantes asuntos.
Esto podría resultar desalentador, pero, todo lo contrario, tremendamente excitante. Somos parte ínfima de un todo, pero somos conscientes de ello, y hemos de saber que solos; que está en nuestras disposiciones que el camino que construyamos sea el que paso a paso diseñemos en la absoluta libertad; sólo se podrá perder aquel que tiene rumbo fijo; el rumbo se fija con el paso, entre el ascenso y la caída, y como agujas con las que tejer el entramado sobre el que caminamos, dos fuerzas igual de poderosas: el amor y el odio, los contrarios de Empédocles ( s. VI a.C.), motores del cambio. La elección de uno u otro será lo que le de el carácter al camino. Y esa es nuestra elección. Nada más estimulante que saber que estamos solos, en el sentido que hemos de tomar nuestras propias decisiones y ser consecuentes con ellas, y que el amor solidario es el instrumento para que el camino sea de progreso, sin saber cual fue el Origen y qué será el Fin, pero sí sabiendo como hacerlo.
Siguiendo la clave de la Creación del Hombre de la Capilla Sixtina, pero aquí prescindiendo de la figura de un Creador, el impulso vital se lo trasfiere el hombre a sí mismo, de uno a otro, partiendo de una indeterminación, en una suerte de cadena transmisora, en la que el hálito de vida resulta como la corriente de una neurona a otra, tan efímero e inestable, siempre en situación crítica y arriesgada, al borde del fracaso. Ese fracaso es el uso del odio como motor, su éxito será ese amor solidario. …Pero ya dice Anaximandro ( s. VII a. C. ) que el predominio de algo se paga con su relevo por el contrario…
“ El principio de los seres es indefinido y todo perece en lo que le dio el ser, según necesidad, pues dan justicia y pago unos a otros de la injusticia según el orden del tiempo”
“Las Figuras de la levedad de Manolo Gonzalez” Saro Alemán.
El espectador que se encuentre en el espacio donde vuele la instalación Milleniacon siete figuras del escultor canario Manolo González (Las Palmas de Gran Canaria, 1965), se encontrará con una imagen de la levedad .Esta imagen es la escogida para que nos acompañe y por eso al colgarlas de lo alto, radicaliza la ingravidez, la ligereza, con respecto a otras piezas como Hedoné (1995), el Sátiro (1999) y Drago WomadCanarias98 , también figuras realizadas en malla metálica pero con un débil apoyo en el suelo. Y es que con esta obra Manolo González apunta a la metamorfosis de lo duro y lo rígido de sus esculturas públicas comoGuiniguada (1992), Cátedra Pérez Parrilla (1993), Los Muchachos de la Biblioteca(1995), Cousteau (1998) o Unamuno (1999), a lo blando y enrollable del pobre y sobrio material industrial.
Manolo González dice que Millenia es una propuesta de la reflexión sobre la humanidad como cadena trasmisora de vida y conocimiento, sin orden ni equilibrio, como una suerte de corriente neurológica estimulada por la esencia biológica y volutiva del hombre: acción-destrucción-creación. Por esto las figuras se encadenan a partir del modelo de Creación de Adán de Miguel Ángel en la bóveda de La Capilla Sixtina. ¿Por qué convoca a Miguel Ángel, cabe preguntarse? De manera significativa el escultor ha elegido para encadenar los cuerpo el encuentro de la mano extendida de Dios con Adán en el momento de crearlo. Pero se podría ir un poco más allá en el por qué de esa apropiación. En primer lugar es obvio que se trata de una inversión de las formas plásticas escultóricas miguelangelescas, pero aquí lo que se trasmite son, según su propuesta, corriente neurológicas que el vaivén de las figuras denota. En segundo lugar, este gesto de convocar a Miguel Ángel desde un presente donde la ciencia médica demuestra la modificación y cambio de los genes, podría parecer queMillenia propone un juego sutil: el de la posibilidad nada remota de la autocreación que apunta la ciencia.
En cualquier caso, podemos abrir otras interpretaciones a partir de la idea de cambio. Así, si esa es la idea y sus figuras son leves, acudiremos al mito del héroe Perseo que cortó la cabeza de la terrorífica Medusa. Con tal trofeo, Perseo – el de las sandalias aladas y personificación de la levedad- castigó a sus enemigos convirtiéndolos en estatuas de sí mismos. Es por eso que este mito introduce, frente a la opacidad el mundo y su inercia, la voluntad de cambio, pero donde la relación de Perseo y la Medusa es compleja y no acaba con la decapitación de la Gorgona, pues de la sangre del monstruo nace su contrario, Pegaso, el caballo alado (Levedad. Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio , 1985).
En Millenia no sólo Manolo González juega con el peso o niega la materia sólida –algunas características estéticas sobre las que se ha basado la escultura tradicional- sino que, a través de la malla se abre el interior y, según donde nos situemos, veremos algunos de los lados que forman el espacio arquitectónico, el cielo, las nubes, la luz del día o de la noche. Así la vista penetra por las múltiples aperturas de la retícula y sabremos que el espacio vacío no existe. Pero hay algo más. Los efectos de la luz, natural o artificial, descubrirán los numerosos contornos de las figuras voladoras donde el dentro y el fuera son ambiguos y el límite se difumina. Son cuerpos transparentes no cristalinos que reflejan una luz cambiante sin alterar el volumen y en los que el ideal de la transparencia de la modernidad se conjuga con reflejos de lo metálico.
La propuesta nace de la disolución de los límites entre los géneros del arte contemporáneo en una posición fronteriza entre el objeto escultórico y la instalación más una raíz en el discurso plástico. Los cuerpos son investigados desde la destreza del gimnasta y el erotismo poético. Es por aquí donde, a mi entender, manolo González cuela ciertos ecos nestorianos*, si bien desde lo contemporáneo y donde la presencia física de los cuerpos es de lo leve, de lo transparente y luminoso.
*Néstor Martín Fernández de la Torre (1887-1938) fue un pintor fundamental en el arranque de la modernidad en las islas.
“La Ciudad y su equipamiento Escultórico”
Mayeye Hernández.
En la postrimerías del presente siglo, con el curso: “La ciudad y su equipamiento escultórico”, pretendemos reflexionar sobre las interrelaciones ciudad-monumento conmemorativo, así como recapacitar acerca del papel que juega la escultura, en general, en el entrono urbano grancanario y peninsular a lo largo de los siglos XIX y XX. Para ello, nos ha parecido conveniente, contar con una muestra escultórica de Manolo González emplazada en el may del Edificio de Humanidades de la ULPGC, que queda así metamorfoseado por espacio de unos días en una sala de exposiciones. Ello viene a suponer, de un lado, la desmitificación de los tradicionales recintos expositivos, y de otra, el acercamiento didáctico al alumnado universitario de la obra de arte y de la trayectoria evolutiva del pensamiento escultórico del artista desde que aboceta la idea hasta la finalización de la obra.
Acercarse al quehacer artístico de Manolo González provoca admiración, estupor, serenidad y desasosiego a quien contempla la versatilidad de formas y materiales, por la armónica conjunción del dolor y de la pasión de vivir o por las huellas artísticas del pasado, que afloran quedamente, reutilizadas con brillantez sin adocenada erudición. Y en cada escultura, en cada maqueta, en cada dibujo o boceto, se adivina una poética pirueta sacra plástico-literaria que abraza hedónicamente a una descarnada grandeza humana.
Sebastián García.
Aun se llora. Seguiremos sufriendo el ser como somos sin otra disculpa que la vida, sin otro remedio que la muerte. Cruzaremos los brazos ante el dolor ajeno, daremos la vuelta, la espalda, intentaremos huir de lo que tenemos dentro. Será difícil asimilar lo cruel, lo asesinos , la morbosa necesidad de dominar haciendo sufrir sin otra piedad que nuestro interés, nuestro instinto. Siempre fue así. ¡Qué nadie venga a decirme que el hombre es bueno por naturaleza! Sobre tanto cadáver, tanta hambre, tanta sed de sangre, el hombre ha levantado la más firme de sus creencias, los valores más altos y nada ni nadie hará que no se repita. Cíclicamente la barbarie se fotografía frente a nosotros como si fuera un aniversario, y lo que es peor, nos autojustificamos diciendo que no somos así, y está tan cerca tan dentro de cada uno de nosotros. Y es que justificarse ante el daño es tan normal, tan natural que va unido a lo más básico: ser.
Como puesta en escena nos acercamos a la crueldad diaria que vemos en todas partes del mundo, asistimos con tedio a la continua repetición del dolor sin casi sufrir por ello y al tiempo, condenamos sin piedad, nos ponemos de parte de los buenos, acusamos a otros de malos: conmigo o contra mi.
En un mundo de hipócritas, cualquier manifestación del arte juega un papel escondido –a veces evidente- de preguntarnos y respondernos a la inquietud que sentimos como hombres de fin de siglo. Quizás ahora, a las puertas del milenio, podemos intuir con certeza lo poco humanos que se ha sido con los otros y con uno, el miedo a enfrentarnos a las realidades más intimas, a la furia que guardamos, domesticamos, desahogándola en determinados momentos de violencia en la contemplación activa del mundo a trave´s del arte.
Vivimos equivocados, equivocados hasta en lo esencial. La vida. Y es aquí donde el arte juega un papel esclarecedor y mágico. Es en lo cotidiano donde cualquier manifestación artística debería ayudarnos a ser más. Desgraciadamente no es así; soportamos la ansiedad, la decepción como algo corriente. Nada o casi nada nos conmueve y se nos hace difícil vivir con nuestras verdades, cada día más ciertas y más crueles. El dolor puede dar todas las respuestas; sufrir es una solución. Nacemos con dolor y por tanto con el vivimos. Pero el dolor también tiene su delirio, su placer. El mártir es ejemplo de amor al sufrimiento que le infringen otros. Sufrir por ideales, morir por ellos forma parte de nuestro día a día aunque creamos que es concepto de otras épocas; hoy, más que nunca, hay mártires entre nosotros con o sin motivo, pero mártires.
Al final las guerras interiores como las otras, son derrotas; todos los mártires, inútiles, todo camina hacia la condición única de perecer para renacer.
Y amanecerá de nuevo. Será fácil, natural. Volveremos a secar las heridas con el dolor de la sal. No reconoceremos a nadie, porque nadie tendrá valor. Sólo miraremos hacia dentro y no habrán espejos. Perseguiremos las huellas que no son nuestras hasta darle alcance, robaremos al mundo su agua y su aire, mataremos todo lo que deseamos. No será difícil. De sangre serán los caminos, de cuerpo los árboles, ultrajados, violados, empalados, arrancaremos los ojos, cortaremos el último aliento, seremos originales, primitivos, auténticos. Como animales, como lo que somos pero sin palabras, sin cultura, sin la mentira religiosa, sin la falsa promesa política; seremos de fuego, de soles, de noches, de sangra, de viento y mar, seremos por siempre y como condena la más horrible creación de la naturaleza: el hombre.
Para “Doom a Sigh” epílogo de Manolo González:
… No es un panfleto, ni una declaración; me acerco al dolor, crueldad, lamento, negación con compromiso inequívocamente estético; como valores humanos susceptibles de acción artística; sólo retrato una parte que me parece sugerente.
Prólogo sin texto, sólo azul ultramar (silencio abisal)
Carlos Hernández.
1996, Mayo. Casa de la Cultura, Teror. “Salomé Sebastián…o el objeto del deseo”
Final de Salomé de R. Strauss
…Ah! He besado tu boca / / había un sabor amargo en tus labios,
¿Era el sabor de la sangre? ¡No! / / Sabía quizá a amor…
Dicen que el amor tiene un sabor amargo…/ / Pero ¿ qué importa? He besado tu boca…
Carlos Hernández.
A Manolo González le interesa el hombre vivo, el cuerpo del hombre vivo. De bronce, de poliéster, de malla metálica, pesado, suave, traslúcido, pero siempre vivo. Cuerpos hermosos o deformes volando, bailando, flotando, pisando, sintiendo. No hay un clima, ni hay un tiempo. Casi no hay datos del mundo exterior salvo los que proporciona el cuerpo desnudo: la gravedad.
Obra honesta, de un tozudo vigor campesino. Transmite un sentimiento intenso sin esperar respuesta. No busca el diálogo con el espectador. Simplemente ocurre, se produce. Es la obra de un artista que trabaja para sí mismo. Se trata de un manifiesto vital y libertario. Abajo convenciones. El hombre, desnudo por dentro es así.
Hedoné. Un cuerpo atrae a otro cuerpo. Ley de la gravedad. También s la ley de la sensualidad… Ésta tiene ventajas. No hay gravedad onanista, pero la sensualidad no siempre necesita de otros.
El hombre tiende a satisfacerse como la mariposa tiende a la luz. El placer es múltiple. El deseo es uno. Obra sensualista, Hedoné muestra el deseo más que el placer. Es el deseo el protagonista, no los cuerpos, que no pertenecen a nadie en particular. En esta ocasión los cuerpos anónimos, están en la plenitud de la vida. Desperezan su sensualidad. Lo hacen con una impudicia límpida, sin exhibicionismo. No es la impudicia de la inocencia sino de la sensualidad: el placer es bueno.
La sensualidad de forma a una fría malla acerada, que parece haber servido de piel a un cuerpo que ya no está, pero que adivinamos. La materia conserva la huella y el calor del hombre, como las sábanas de una cama revuelta. Economía de medios, Hedoné recuerda una película “en blanco y negro”, sólo la luz, sin color, casi sin materia. Ésta se hace leve para que la luz, extraña cópula la atraviese. El latir del pulso vital en la piel la concentra rítmicamente. El artista abre sus poros, los dilata para poder pasar dentro, y salir por otro poro cualquiera de ese cuerpo.
Lo esencial no transcurre en el tiempo. Simplemente no hay tiempo. En Hedoné, como dioses, podemos tenerlo todo presente. Nada se deja para después. No necesitamos un tiempo para descubrir esos cuerpos al completo. Se trata de una experiencia total. La materia delimita forma pero deja ver la forma que está más allá y que se define sólo por la piel. Toda la energía vital del hombre se concentra en ella. El cuerpo ciego, sordo, mudo, siente con la piel, esencia de la sensualidad: el deseo es bueno.
1996, Mayo. Casa de la Cultura, Teror. “Salomé Sebastián…o el objeto del deseo”
Final de Salomé de R. Strauss
…Ah! He besado tu boca / / había un sabor amargo en tus labios,
¿Era el sabor de la sangre? ¡No! / / Sabía quizá a amor…
Dicen que el amor tiene un sabor amargo…/ / Pero ¿ qué importa? He besado tu boca…
Andrés Megías Pombo.
Manolo González nos presenta en esta exposición un programa iconográfico sobre la libertad y el placer.
Es un tema viejo en el Arte: piénsese en las vasijas griegas de los siglos IV y V decoradas con gimnastas y en los rudimentarios desnudos femeninos del vaso de Berlín o, haciendo un salto en el tiempo, en los maravillosos temas mitológicos recogidos por Giorgione en la Fiesta Campestre o en La Tempestad , respuestas pictóricas a las preocupaciones intelectuales del hombre del Renacimiento en las que equilibrio y disfrute de las facultades humanas parecen haber llegado a la perfección.
Alfonso de Este nos introduce en un completísimo programa de invitación a la fiesta de los sentidos en sus Camerini de Ferrara, con una selección temática perfectamente organizada de las obras de encargo de Bellini, Tiziano, etc. Es lo que Eugenio Batisti llama Ciclo de Bacanales .
No podemos dejar de mencionar el Poema del Mar y , sobre todo, el de la Tierrade Néstor de la Torre, que trasladan la arcadia renacentista a paisajes más exóticos y con una sensualidad más acusada.
Manolo González ha modelado diez desnudos, cinco hombres con reminiscencias de viejos Apolos como el joven de Critios y cinco venus impúdicas, cual Sibilas miguelangelescas despojadas de sus vestimentas.
El montaje de la exposición tiene similitud con las fiestas paganas del Renacimiento, en las que incluso figuras humanas hacían el papel de esculturas. Es un canto al placer y a la libertad, donde la música tiene también una importante misión, pues parece que los cuerpos se prestan a danzar la Bacanal del Sansón y Dalila .
Pero el placer es efímero y la libertad una utopía que se desvanece entre los agujeros de la malla metálica, aun así, el artista como nuevo Dioniso, nos invita a disfrutar plenamente de los sentido. No es poco en estos tiempos.
Jerónimo Saavedra Acevedo.
Manolo González: a la búsqueda de la “terribilitá”
Hay ocasiones en que cobra rotundidad una afirmación tan sencilla como la del pintor estadounidense James M. Wistler: “El arte seduce”. Esta es una de ellas: la madurez creativa de un autor que ya con Guiniguada y con Adargoma acreditó fuerza y energía expresivas. Ahora, guiado por la mano profética de Jeremías, expresa su plenitud del figurativismo y da la razón a quienes pensamos que el arte debe exorcizar ese indicador de la vitalidad de la historia que es la turbulencia que nos envuelve. La seducción vence.
Sobre la desnudez de la naturaleza humana se consuma el privilegiado tránsito del mundo escultórico al musical. Manolo González se deja arrebatar por Ludwig van Bethoven (“Sólo el pedernal del espíritu humano puede arrancar fuego de la música”) y clama ante la desgracia o la impotencia.
Los versos del profeta lo catapultan:
“¡Ojalá tuviera en el desierto un albergue de caminantes!
Dejaría a mi pueblo, me iría lejos de ellos pues todos son adúlteros, gavilla de ladrones”.
Pero no es lo suyo un pesimismo irremediable. Ni siquiera una denuncia estridente. El torrente de la reflexión fluye limpio, puro, con apreciable densidad de pensamiento. La creación está dotada de un esfuerzo por la solidaridad. Superar, una vez más el reto de la incomunicación: la aproximación de los cuerpos no es sinónimo de apoyo ni de integración. Es su mismo afán, dinámico y descarnado.
Da igual: estos seres, solos o juntos, son acusación sin necesidad de recurrir al ropaje desgarrado del barroco o la figura famélica del neorrealismo. El escultor –lo pretendiera o no- se mantiene en el fiel del equilibrio renacentista. Su nueva obra, más rica que nunca desde la idealización figurativa, tan llena de sugerencias, es la traducción de un artista inquieto hasta la rebeldía. Manolo González, ante el hastío del profeta, hace como Herman Hesse: “ La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el ensayo de un camino, el boceto de un sendero”.
Hay que seguirlo.
Ángeles Alemán.
Manolo González: a la búsqueda de la “terribilitá”
Fue, en principio, la imaginería religiosa que, de pequeño, él veía en la procesiones; es, ahora, la escultura helenística, la última obra de Miguel Ángel; apunta, en su proyección, a una carga de dramatismo como la que conlleva la obra de un Michel Sandle.
Cuando Manolo González habla de sus referencias, toda su escultura cobra sentido.
No es extraño, por ello, que sus esculturas –siempre figuras humanas- se debatan entre las proporciones clásicas y la mayor de las angustias manieristas. Los cuerpos que salen de sus manos se retuercen, se alargan, buscando una salida a sus tragedias, llenas de impotente angustia, como si de Prometeos castigados por los dioses se tratara.
Son cuerpos mutilados , porque para Manolo González el cuerpo completo, entero, es una trampa hacia la perdida de expresividad. También porque la escultura griega, tanto la clásica como la helenística, nos ha llegado mutilada por el devenir del tiempo. Manolo González convierte así, esta carencia, en un recurso expresivo, en una vía más de acercamiento a la angustia en la que se debaten estos cuerpos.
Son figuras fuertes, con una musculatura sólida, aunque no lo suficiente para soportar esta terribilitá miguelanglesca que su autor impone. Quizá por ello, también, se rompen, se quedan sin un elemento tan expresivo como las manos, o las piernas, o incluso la cabeza. Excepto en el “Hereje”, donde toda la agonía del hombre perseguido y condenado por sus ideas se condensa, donde la necesidad de forzar la expresión de dolor en su punto máximo hace que Manolo González precise del cuerpo entero, donde las manos se convierten en protagonistas.
Es esta figura, “El Hereje”, la obra más cruda de todas; las demás, a su lado, llevan cierta contención, algo de medida en su dramatismo.
En su necesidad de retorcer, de elevar al máximo la expresión, Manolo González encuentra un gran aliado en la técnica que usa, el vaciado. Esculpir impediría los bruscos virajes que impone a estos cuerpos. De hecho, el vaciado es lo permite mantener el equilibrio cuando se tarta de una figura en pleno movimiento. El bronce, a veces la plata, casi siempre el poliéster, son los elementos presentes en estas esculturas. El acabado, el pulido, es lo que le permite u máxima expresividad, la más completa localización n los cuerpos de las luces y las sombras.
En esta muestra, el fuerte expresionismo de Manolo González ha alcanzado su punto más candente. La evolución futura de su obra se abre ante nosotros como un interrogante.
Manolo González
Mi intención es la de hacer llegar mi obra un poco más al espectador. Y soy yo mismo el que escribe porque muy posiblemente sea yo el único que la conozca de veras. Es muy reducida de momento y su elaboración ha sido íntima y privada; propia de un autodidacta. No daré interpretación de ella, eso es labor personal de cada uno.
El tema esencial de mi producción es la figura humana. En la figura encuentro un mundo inagotable, desbordante de expresión. Sólo la distorsión de un músculo en el lugar clave puede dar lugar al cambio absoluto del contenido de la obra. La exasperación de la forma, inspirada en la obra del omnipotente y todo poderoso MIGUEL ANGEL, es un recurso en el que encuentro el modo de lograr mi mayor satisfacción creadora, junto a la fealdad que en nada está reñida con la estética.
Es decisivo el papel que desempeñan los materiales en cuanto posibilitan hacer tangible el concepto mental de la escultura. La docilidad de la pasta cerámica me ha concedido en la mayoría de los casos dicho “privilegio”.
Hoy presento dos primeras obras en un material “nuevo” para mí: la madera. Tengo la poca modestia de decir que a la talla me enfrenté solo, sin ayuda exterior; solo ante un material que se resiste a ser dominado como lo permite la pasta. No es que sea mucho más difícil el plasmar la idea, sino que es un trabajo, lento y concienzudo. La madera se resiste a que le den forma, ( aclaro que más que tallar la madera ala he modelado), pero al final se imponen la gubia y las manos que la dirigen. De este material destaco su belleza en sí, aparte de la escultura. No obstante, es importante hacer comprender que el valor artístico de la escultura reside en ella misma aparte del material en que esté realizada.
No quiero terminar este texto sin hacer mención antes de mi reconocimiento y gratitud hacia la persona de Miguel Ruges. Díaz de Quintana, quien me ha brindado siempre su incondicional apoyo, por lo cual le dedico esta exposición.
“Como bien dijo Honorato de Balzac , “ el gran secreto de al alquimia social es sacar todo el partido posible de cada una de las edades por las cuales pasamos. Esto es, tener todas sus hojas en primavera, todas las flores en verano y todos los frutos en otoño”. En la línea de esta máxima se encuentra un jovencísimo escultor grancanario que con el lenguaje tremendo de sus manos quiere expresar la pasión de su sensible espíritu artístico.
Desde luego que las verdes hojas primaverales de su edad y de su arte prometen ser en las manos de Manuel González Muñoz un lenguaje que sazonará frutos espléndidos en un tiempo que sólo será otoñal por su maestría. Este escultor que acaba de iniciarse en la juventud, cifrada oficialmente en los 17 años, parece por su fé en sí mismo y por el vigor de sus cinceles, maduro para empresas artísticas de muy alto nivel. Hoy por hoy, es un escultor que piensa y hace pensar y que dentro de su estilo sabe interesar y sujetar la atención de los espectadores y aficionados más exigentes. Cuando junto con el orgullo, la personalidad y el ingenio insobornable de Manolo se utiliza el cincel desde los 14 años, es que sueña con la gloria.
Así en esta exposición grata y sencilla en el marco del “Real Club Náutico”, – que ya es cuna de grandes artistas_ nace al finalizar 1982 con buen augurio un nuevo escultor.